No leas El Quijote


Érase una vez un hidalgo de los de lanza en astillero que...

Un momento. ¿Para qué te estoy contando esta historia? Si ya te la sabes. Incluso si no has leído el libro. Porque no lo has leído, ¿verdad? Y hazme caso: no lo leas. ¿Para qué?  En serio, no merece la pena. 

Recuerdo que cuando estudiaba la carrera el profesor de literatura moderna, veinte minutos antes de tomarse el primer botellín de la mañana, escribió en la pizarra la palabra Cervantes.  Luego miró al somnoliento alumnado y dijo: 

-Es posible que no haya habido en España un novelista como Miguel de Cervantes Saavedra. El mejor escritor en nuestra lengua... hasta que escribió El Quijote. 

¿Ves? Hasta un catedrático lo dice. El Quijote es una obra menor dentro de la producción cervantina. Lee otra cosa, no te dejes guiar por las modas ni el mainstream.

Debo sin embargo reconocer que la frase de mi profesor azuzó mis ganas de leerlo más que todas las excelencias que uno lleva oyendo desde que era un crío. "La obra inmortal de nuestro más ilustre genio". "La primera novela moderna". "La obra más destacada de la literatura española y una de las más importantes de la literatura universal". Calificativos que echan un poco para atrás cuando tienes doce años. O eso otro de: "El Quijote es un bestseller de calidad". "Junto con La Biblia, el libro más vendido de la Historia". 

Con la edad uno se da cuenta de que "más vendido" no es sinónimo de "más leído". Le pasa al Quijote, a La Biblia y al último de Vargas Llosa. La gente los compra, pero no los lee, aunque dice que sí. Miente. Por alguna extraña razón, son obras que nadie ha leído pero que todo el mundo conoce.

Haz un experimento. Sal a la calle y pregunta a cualquiera con cara de no haber leído un libro en su vida qué le sugiere este título. Verás cómo es capaz de recitar de memoria sus primeras líneas. Con un poco de suerte, incluso te dirá que el autor era manco, que el personaje se volvió loco por leer libros de caballerías (en plural) y salió por ahí con una lanza a desfacer entuertos. Que se enfrentó a molinos creyendo que eran gigantes, que tenía un escudero bonachón llamado Sancho Panza, que amaba a Dulcinea del Toboso, y que Rocinante, junto con Babieca y Bucéfalo, completa la triada de equinos ilustres de la Historia y la Literatura. Pregúntale si ha leído el libro y te dirá que sí. Pero es mentira. No lo ha leído. ¿Para qué? 

Pero no acaba ahí la cosa. No hace falta haberse leído el libro (que además es muy gordo) para que a uno le suenen conceptos tan raros como "el escrutinio de la biblioteca", "el yelmo de mambrino", "la ínsula Barataria" o frases de uso común como "ladran, luego cabalgamos" o "con la iglesia hemos topado" (ambas inexistentes en el libro en su forma más popularizada, por cierto, aunque eso no lo sabe nadie  porque para saberlo hay que haberlo leído). 


Voy a escribir una obra inmortal que no va a leer ni el Tato.

Entonces ¿cómo sabemos tanto de ese tocho universal? Muy sencillo: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha hunde tanto las raíces (y las narices) en nuestra propia cultura que nacemos con sus líneas corriéndonos por la sangre. Es parte de nuestro ADN. Sólo eso explica que conozcamos tan bien una obra tan famosa pero tan poco conocida.  ¿Sólo eso?  Bueno, quizás también ayuden otros elementos, pero son los menos. 

Así de memoria se me ocurren los cómics y las ediciones ilustradas que todos teníamos de pequeños; la serie de dibujos animados y su correspondiente colección de cromos; la serie de Televisión Española que los estudiantes de COU veíamos en casa o en la videoteca para evitar tener que leernos el libro antes del examen (¿para qué?); la canción de Los 5 latinos con que nuestra vecina del segundo nos obsequiaba cada mañana de domingo, muy tempranito; la aventura conversacional para ordenador, tan compleja e hiperrealista que morías si no te alimentabas convenientemente; las adaptaciones cinematográficas de Orson Welles y Manuel Gutiérrez Aragón; los trágicos intentos de Terry Gilliam; el musical de teatro... A todo eso que cada uno le sume su aportación personal. 





En mi caso fue un muñeco de trapo que representaba al caballero de la triste figura y que en un patético alarde de humor infantil acabé bautizando como "Don Quijote a la plancha, poco hecho" (jojojo) y cuyo digno semblante me veía obligado a contemplar día tras día, mientras hacía los deberes o me comía un bocadillo de fuagrás para merendar. En un tercer piso de la calle Cervantes, dicho sea de paso. 

En fin, que a lo largo de su vida uno ha podido acabar hasta la pepitilla de la obra sin necesidad de haberla leído. Casi se puede decir que abrías un sobre de sopa y te caía una quijotada. 

Hace poco se cumplieron 400 años del hombre que escribió tan celebrado título, y mucha gente aprovechó la celebración para leerlo por primera vez, espoleada por una necesidad incontenible. Confieso que yo también lo hice. Me leí El  Quijote. Dilo en voz alta, verás qué subidón: me he leído El Quijote. 

¿Y sabes qué? Que fue como si ya lo hubiera leído. Todo me sonaba, todo era conocido. Un territorio sabido, fiable y seguro, un viaje más de reconocimiento que de conocimiento. La historia, el argumento, no ofrece nada que no se haya visto antes en cualquiera de sus adaptaciones audiovisuales. El protagonista se vuelve loco y lucha contra molinos creyendo que son gigantes. 

Por tanto, si como yo te sientes avergonzado e inferior por haber llegado a la madurez sin haberte adentrado en tan ilustres páginas, no te preocupes. No lo leas. No hace falta. Hazme caso, conoces la historia.  

Sólo te estarás perdiendo la prodigiosa experiencia de leerla.




BONUS TRACK (Sube el volumen de tu aparato, dale al play y déjate llevar)






Comentarios

  1. ¡Divertidísimo artículo! Yo tampoco lo he leído... Pero ahora me siento mucho mejor. Mi sentimiento de culpa se ha ido esfumando al son de Los 5 latinos.

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    1. Gracias, usuari@ desconocid@. Iba a haber puesto más canciones sobre el mito en cuestión, pero pensé que una era suficiente. Sin embargo se me ocurre que a partir de ahora introduciré un Bonus Track parecido al final de cada post. Y, por supuesto, sigue sin leer El Quijote.

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  2. Yo lei el Quijote en el Instituto. Casi entero. Por imposición. Cuando leía hasta los prospectos de las aspirinas. Me quedé en la mitad de la segunda parte. Me aburría. Esa es mi experiencia. No sé si es para todas las edades, como dicen. Creo, que para conocerse y reconocerse en él, hay que tener cierta madurez, que con 17 años no se tiene. Aunque es en esa época cuando crees que puedes arreglar el mundo. Pero no sé por qué, no me llegaba. También hay que tener cierta madurez literararia para apreciar los clásicos. Distinguir. Que por algo son clásicos.
    Conozco las películas, la serie de dibujos, todo de lo que hablas, menos la canción. Sí me acuerdo de "Los cinco latinos" o ¿eran "Los tres sudamericanos"? No sé. La canción ni me suena. Pero es muy... de aquellos años.
    Reconozco que a medida que ha pasado el tiempo, película a película o serie a serie del Quijote he visto reflejada en sus andanzas las grandezas y miserias del ser humano y de nuestra Historia. Así que, la experiencia de releerlo y acabarlo, me la estoy pensando.
    Gracias, Jorge. Muy interesante esta entrada.

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    1. Leer por imposición es el mejor modo de matar al lector que llevamos dentro, pero te entiendo perfectamente. Yo fui un rebelde en ese sentido, jamás leí nada que no me apeteciera. Por eso mis calificaciones dejaban mucho que desear, aunque siempre me las apañaba para aparentar que conocía la obra a la perfección. Luego, en verano, cogía el libro y me lo devoraba. Fue el caso de "La Celestina", "Crimen y Castigo" o "La Colmena". "El Quijote" fue la excepción, con ese no pude hasta edad muy reciente. Y me alegro de que así fuera.

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