Origen de Dan Brown. ¿De verdad es tan mala?



Érase una vez un tipo sencillo y campechano que se paseaba por los platós de televisión hablando de ciencia, religión y criptografía como si supiera y le importara. Tú sabes que no, y él también lo sabe. No engaña a nadie y engaña a todos. Huye de polémicas al tiempo que las provoca y no duda a la hora de alabar los usos y costumbres de los países a los que va de promoción, sin profundizar en nada pero con una verborrea tan afectada como vacía. Igual que sus libros, de los que ha vendido 200 millones en todo el mundo.

Seguro que lo conoces. Se llama Dan Brown y está arrasando con su nueva novela, un thriller ambientado en España titulado Origen que me hace dudar de si todo el pifostio que se ha montado en Cataluña no es una maniobra de marketing de la editorial. Porque el conflicto político y social se las trae, pero las argucias promocionales que envuelven cada nuevo lanzamiento de este hombre tampoco se quedan cortas.



Dan Brown evitando y provocando polémica.
© German Parga - F.C. Barcelona


Sin embargo, pese a los chorrocientos ejemplares vendidos, a Dan le está cayendo la del pulpo. No solamente por parte de sus detractores (me consta que muchos leen sus libros con el ánimo alevoso de ponerlos a parir), sino entre sus legiones de fans, que en foros, blogs y webs especializadas afirman que esta novela está muy por debajo de sus predecesoras, provocando la duda entre aquellos que disfrutaron con El código Da Vinci o alguna de sus secuelas. O precuelas.

Quizás tú mismo estés confuso y no sabes si leértela o no. El símbolo perdido te pareció un truñaco, pero Inferno te gustó moderadamente. O al revés. Pero si Origen es tan mala como dicen, casi prefieres ahorrártela, que no están los tiempos como para gastar y encima te acaban de subir el seguro del coche.

Tranquilo, que aquí estamos para servir. Déjame que te cuente mi experiencia con esta novela y luego tú decides.


Mi vida con Dan

Ante todo debo decir que no soy un gran fan de Dan Brown, pero tampoco lo mandaría a la garrucha. Descubrí  por casualidad El código Da Vinci en la sección de novedades de algún Corte Inglés y me lo llevé tras leer la sinopsis. Yo era un joven licenciado en Historia del Arte con ínfulas de novelista y la cabeza en la estratosfera,  así que pensé que ese libro era para mí. Y lo fue, durante los dos días que me duró su lectura. Luego supe que la novela se había convertido en un fenómeno mundial, pero mientras la leía no la vi sino como  uno de esos thrillers con misterio histórico que en aquella época devoraba con más pasión que las patatas revolconas de Casa Tomás (un saludo a todo el equipo). Me pareció que trataba un tema fascinante que entroncaba con las creencias y las inquietudes espirituales que los humanos llevamos incorporadas de serie. Ese fue su gran acierto, y logró transmitírselo al público de una manera tan radiográfica como atractiva: capítulos breves, prosa sencilla, ritmo ágil, suspense, tensión y una serie de artimañas que en un análisis literario profundo se revelarían como  deshonestas, pero que en la experiencia del lector casual resultaban eficaces y muy placenteras.
Reconozco que disfruté la novela. Admiré su manejo del tiempo, el ritmo y la velocidad. También me enseñó la manera de NO construir y presentar personajes, de NO describir ambientes y de NO elaborar diálogos. Pero en general me dejó un buen sabor de boca, ese que queda tras la experiencia de leer un libro de principio a fin sin ganas de hacer otra cosa, quitándome horas de sueño y de tele y deseando volver a él en cuanto el tiempo lo permitía. Tanto fue así que el mismo día que salió a la venta Ángeles y demonios me hice con él y lo empecé con la misma avidez. El resultado, en mi caso, fue decepcionante. La temática no era tan universal, el estilo era aún peor (conviene recordar que esta novela es anterior a El código) y los mecanismos para generar suspense eran exactamente los mismos, aunque empleados de un modo más tosco. En ese momento me bajé de la serie protagonizada por Robert Langdon, aunque sí leí aquella otra novela de trama independiente, Fortaleza digital, que no valía el papel en el que estaba escrita.

No mandé a Brown a la garrucha, pero sí al exilio de mis intereses. Por eso pasé olímpicamente de El símbolo perdido  e Inferno. Y sin embargo algo, no sé muy bien qué, me llevó a hacerme con Origen tan pronto salió a la venta. Y a devorarla en poco menos de una semana. Estas son mis conclusiones.



Leyendo Origen

Te voy a contar una cosa que no podrás creer. Algo tan impresionante y asombroso que tirará por los suelos todo lo que has aceptado como cierto hasta ahora y te dará una perspectiva completamente nueva de la existencia. Ah, tu vida no volverá a ser igual después de esto.

Pero antes... ¡unos anuncios de rutas turísticas por España!

Básicamente esto que acabo de resumir es la estructura de Origen. Un planteamiento que te impide cerrar el libro y una serie de capítulos (muchos) empeñada en llevarte de una postal a otra fingiendo que te cuenta algo hasta que llegas a aquella revelación tan impresionante y asombrosa que, naturalmente, se encuentra en las últimas páginas.

Centrémonos: una novela que empieza con un señor a punto de anunciar un descubrimiento científico que cambiará para siempre nuestro concepto del mundo y que hundirá en el fango a todas las religiones, ya tiene que molar. Por desgracia, el momento de la revelación se va postergando una y otra vez, de manera que tienes que tragarte seiscientas páginas para enterarte de qué era eso tan importante. Es como si el secreto lo fueran a revelar en Antena 3, que casualmente pertenece al grupo Planeta que publica la novela (¿Casualidad? No lo creo). 

Veámoslo más fácil. Imagina a Matías Prats en hora punta:

"Y a continuación vamos a contarles algo de gran trascendencia para el mundo... pero será después de la publicidad. Volvemos en siete minutos".


Siete minutos.

Y luego otros siete. 

Y otros siete. 

Y otros siete. Y el tiempo pasa, y las páginas vuelan (porque vuelan, eso es cierto, aunque no tan deprisa como en El Código Da Vinci), pero ya queda poco para que se acabe el libro y empiezas a agobiarte pensando que a Dan se le han ido los ángeles y los demonios al cielo y no te va a contar esa revelación tan trascendental para el pasado y el futuro de la especie humana.

¿Pero en qué consiste esa revelación tan acojonante?, te preguntarás si no has leído la sinopsis de la contraportada. Porque si lo has hecho sabrás de sobra que la cosa va de que Edmond Kirsch, trasunto de Steve Jobs y antiguo alumno del profesor Langdon, organiza un evento en el museo Guggenheim de Bilbao para dar a conocer el mundo la respuesta a dos de las preguntas que más inquietan a la humanidad desde que el mundo es mundo: ¿De dónde venimos? y ¿adónde vamos?

Hay que ser muy tarugo y muy apático para no interesarse por estas cuestiones. Dan lo sabe, y las utiliza a conciencia para enganchar a los lectores con un mínimo de curiosidad. Sin embargo algo nos dice desde el principio que vamos a tener que armarnos de paciencia. Y es eso, la paciencia del lector, más que la suerte de los protagonistas o el futuro del mundo, lo que está en juego en esta novela.

Un inciso: sucediendo esto en Bilbao, donde la gente es tan echada p'alante,  desluce un poco que la revelación prometida se limite a dos preguntas, máxime cuando años antes y un poco más al oeste, concretamente en Galicia, el grupo Siniestro Total había formulado esas mismas  cuestiones pero añadiendo una tercera no menos trascendente: ¿Quiénes somos?



Recuerda al grupo gallego porque volveremos a él en un momento fundamental de la trama. Por ahora nos quedamos en el Guggenheim, donde encontramos a Robert Langdon de esmoquin porque Kirsch lo ha invitado al evento, y a Ambra Vidal, directora del museo y prometida del príncipe Julián de España. Sí, has leído bien. Lo repito de nuevo por si acaso: el príncipe Julián de España. A mí no me mires, que sólo cuento lo que hay.

El caso es que todo el primer tercio de la novela tiene lugar en el museo Guggenheim, donde no ocurre nada relevante salvo que Robert Langdon se pasea entre obras de arte contemporáneo que le dan mucho repelús porque él es más de Giotto. Durante varios capítulos vemos cómo el erudito héroe de acción de las cuatro novelas anteriores se enfrenta a terroríficas esculturas, desconcertantes instalaciones y demás parafernalia artística de dudoso gusto estético, teorizando sobre ellas y charlando con la incorpórea voz de su audioguía interactiva. Este es quizás el primer error de Dan Brown en esta novela: dar por hecho que a sus lectores les interesa un carajo todo esto. A mí sí me interesa, y por esa razón me gustan estos capítulos... aunque en ellos no pase nada. Pero ya he dicho al principio que yo no soy muy fan de Dan Brown ni de Robert Langdon, ¿verdad?


Hablando de nuestro flamante protagonista: ¿alguien sabría decirme quién es Robert Langdon? Aparte de un profesor de Harvard experto en simbología, digo. Hay cinco novelas protagonizadas por él y no sabemos nada de su vida. Ni qué piensa, ni qué hace, ni qué come, ni a quién vota, ni si le gusta la carne o el pescado, la playa o la montaña, ni qué guarda en el cajón de la mesilla de noche. Nada. Es un personaje sin alma, un envoltorio impreciso que no evoluciona, ni siquiera parece aprender de una novela a la siguiente, y mira que ha pasado por peripecias de esas que, en teoría, deberían cambiarlo a uno. Pues a él no. Eso sí: lleva un reloj de Mickey Mouse, detalle que Dan se empeña en dejar claro en todo momento.

El caso es que entre paseo y paseo por las salas del Guggenheim, Edmond Kirsch anuncia que va a hacer pública su polémica revelación. En ese momento todos nos ponemos tensos, nos atusamos el peinado, apuramos nuestras bebidas, nos colocamos el paquete (en el caso de ellos) y nos frotamos las manos con jocosa anticipación. Ha llegado el gran momento. Pero entonces aparece otra vez Matías Prats. Otros siete minutos de anuncios.

Al volver de la publicidad descubrimos que Kirsch está indispuesto y no puede anunciar nada (bueno, esto es un eufemismo, pero tampoco quiero hacer spoiler). Desde ese momento la premisa queda clara: Langdon debe tomar las riendas del asunto y descubrir qué demonios es lo que Kirsch iba a contar al mundo. Comienza entonces su emocionante peripecia, que es de todo menos emocionante y menos peripecia. Y es que aquí Dan Brown no se come la cabeza con la estructura y copia directamente la de sus novelas anteriores, sin proponer escenas de acción trepidante (que, por otro lado, tampoco es lo suyo) ni intrincados rompecabezas criptológicos que, total, ya están todos muy vistos. No. Aquí lo importante es el discurso ético que articula en torno a la posibilidad de que la ciencia termine haciendo desaparecer la religión, un tema que a mí personalmente me interesa mucho más que si a Langdon le gusta la carne o el pescado, o si corre, salta, le disparan o si Mickey Mouse está en hora o atrasa. Es cierto que un folleto de veinte páginas con las ideas esenciales de esta tesis habría sido quizás un mejor vehículo que una novela de seiscientas páginas. Pero claro, las editoriales no habrían podido vender el tocho por veintidós pavos y salir adelante este año.

Así y todo hay que tener en cuenta que Brown no da puntada sin hilo, y aunque la mayoría de las críticas estén enfocadas a la ausencia de cosas interesantes que suceden durante la trama y la ubicación caprichosa de la ¿acción? en edificios emblemáticos, lo cierto es que desde el planteamiento hasta el desenlace, todos los lugares que aparecen tienen una relación más o menos directa con la esperada revelación final. Tanto es así que, a nada que estés atento, cuando esta llega es exactamente la que te esperabas.


Personajes famosos y lugares pintorescos

Cuando hace ya un tiempo se anunció que Dan Brown iba a ambientar su siguiente novela en España, a Enrique de Vicente, director de la revista Año Cero, se le hizo el culo gaseosa le emocionó tanto la noticia que empezó a preparar un ensayo sobre los temas que, daba por hecho, Brown trataría en su historia, incluyendo la figura de Felipe II y su afición por el ocultismo. Claro, sabía que Dan pensaba usar el monasterio de El Escorial como localización, y el eminente periodista y parapsicólogo dedujo de inmediato que el Rey Prudente  tendría un papel preponderante en un relato en el que, como es costumbre, los misterios, los acertijos y los arcanos tendrían gran presencia.

Pues resulta que no. 

Dan Brown no sólo pasa olímpicamente de Felipe II sino que la importancia de El Escorial en la trama es tan insignificante como nuestra intención de voto. ¿Quiere esto decir que Brown ha prescindido esta vez de figuras históricas clave para vertebrar su aventura? Nada más lejos de la realidad. Ahí están Antoni Gaudí, William Blake, Nietzsche o el mismísimo Churchill para empedrar de verismo una trama que, a pesar de la presencia de tan ilustres nombres, se deshace en pedacitos de nada cada vez que pasas una página.

Porque no nos engañemos. A estas alturas, seamos fans o no, todos sabemos cuál es la fórmula maestra de Dan Brown para producir novelas: 


"Agarro una serie de personajes y elementos históricos, científicos, religiosos o culturales y los uno a través de una hipotética línea imaginaria que me saco de la pinga." 


Y esto es así. Le funcionó antes y no cree que haya motivos para que le falle ahora. El problema en esta ocasión es haber desdeñado un edificio con tanto potencial esotérico como El Escorial y concederle un papel estelar (ATENCIÓN: SPOILER) a la siniestra y todopoderosa iglesia del Palmar de Troya, que a muchos jóvenes ni les sonará, pero que los que tenemos ya una edad recordamos como uno de los episodios más cutres y risibles que componen la rica  historia de nuestra piel de toro. A Brown le hizo tilín porque, las cosas como son, se ajusta como un guante a la trama de conspiraciones ocultas que plantea. Probablemente los lectores no españoles entrarán al trapo. Pero para los de aquí,   la iglesia Palmaria tiene tanto de siniestro y todopoderoso como la casa familiar de El Lerele.

Y hablando de cosas siniestras, regresamos a nuestro grupo gallego favorito con este temazo que es todo un monumento a la memoria histórica:




Y como esto es una novela de Dan Brown y hay que meter arte, aprovechamos que cuando tecleas en Wikipedia "quiénes somos, de dónde venimos", lo que te sale junto a la canción de Siniestro Total antes citada (la del Palmar no, la otra) es un cuadro de Gauguin que se llama así y, ¡tachan!, lo metemos en la novela como elemento decorativo y quedamos como Dios o como el Bosón de Higgs, según las creencias.


¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?




Mi querida Españññññññia

Capítulo aparte en el varapalo nacional que se está llevando la novela es el retrato que hace de la monarquía española, algo que al parecer ha indignado a muchos lectores patrios (no necesariamente patriotas) que critican la falta de verosimilitud de la institución real, a la que Brown pinta de arcaica, trasnochada y anclada en el oscurantismo católico de antaño. Lo curioso es que probablemente muchos de los lectores que critican estos aspectos se pasan el día en Twitter lanzando arengas sobre lo arcaica, trasnochada y anclada en el oscurantismo católico de antaño que es la monarquía española. Puede que tengan algo de razón, pero ruego se aclaren y rezo una oración antitética por sus almas de cántaro.

A favor del novelista diré que el terreno que ha creado para la novela es, según creo, una especie de fábula en la que aprovecha los escenarios áulicos relacionados con el poder con intención casi teatral, como si formasen parte de una ópera o una película de Álex de la Iglesia (y con esto último estoy dando demasiadas pistas). Sinceramente no creo que Brown pretenda hacer crónica social, sino crear una simple peripecia de ficción a partir de elementos existentes combinados para configurar una trama de intriga al modo de las novelas de aventuras palaciegas. Y en mi opinión, la cosa le sale francamente divertida. Porque en el fondo se trata de eso: de escribir novelas de entretenimiento, de evasión, con presupuestos reales para no caer en el total disparate, pero que no pretenden ser realistas. Tomarse en serio a Dan Brown es como interpretar literalmente las canciones de Albert Pla.


Sí, sí, me dirán. Pero es que Dan Brown intenta convencernos de que las tonterías que escribe, que no son más que retazos de cosas que lee aquí y allá mezclados con otras que se inventa, son reales. ¿Y a nosotros quién nos ha dicho eso? Hay que tener en cuenta que otros autores antes, durante y después han tratado temas similares en sus thrillers sin recibir tanta atención por parte del gran público y mucho menos el éxito multimillonario de Dan Brown. Y tampoco han sido tan duramente atacados. Algunos, de hecho, tienen un éxito tan escaso que ni siquiera han sido traducidos al español. ¿Por qué ellos no y Dan sí? ¿Qué tiene Brown cuando suena?

Asumámoslo: Dan Brown es un autor de ficción inofensivo que por alguna razón se ha cruzado en el camino de los lectores exigentes, los cuales le echan en cara sus torpezas sin reparar en sus audacias. En su candorosa desfachatez.


Conclusión

Origen es una novela que parte de un precepto fascinante al que da respuesta de una manera sólo parcialmente satisfactoria. Si te interesa la relación entre la religión y la ciencia y quieres sumergirte en una España subterránea llena de elementos intrigantes y cierto aire de opereta, quizás la disfrutes. Siempre y cuando, claro está, no busques verosimilitud y tampoco gran pirotecnia. Pese a la potencia de su premisa, nos encontramos con una novela muy comedida, tanto en acción como en reflexión. Eso sí, muy entretenida y divertida, sobre todo si eres español.

Lo mejor: 
1. La novela es un cuento, una mentira con destellos de realidad ambientada en lugares que todos conocemos y que son utilizados con tino para relacionarlos con una teoría científica que, si bien no es original, termina encontrando su sitio en el loco universo de Dan Brown.
2. Al final descubres algo que seguramente no sabías del logotipo de FedEx. No tiene ningún peso en la trama y está metido de cualquier manera, pero te dará ocasión de fardar con los amigos.

Lo peor: 
1. La revelación final anunciada a bombo y platillo desde el principio de la novela te la ves venir desde Ulán Bator. Y tampoco es para tanto.
2. Algo que Dan Brown lleva haciendo desde sus primeras novelas y que traiciona una de las leyes fundamentales de la narrativa de misterio: ocultar al lector cosas que descubre el personaje. Y no una, sino varias veces. Es una artimaña que se puede perdonar en casos concretos, pero que aquí ya empieza a oler.

Total, que no es tan mala. Ni tan buena. 

Es como de Dan Brown.



Comentarios

  1. Jajajajaja, buenísima reseña. No sigo a Dan Brown, solo he leído "El código da Vinci" y eso fue hace mucho (cuando se publicó), pero oye, tras ver tu reseña de Origen lo mismo me decido a leerla, aunque sea solo por ver si de verdad me echo unas risas, jeje.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Sandra. Si te animas, ya me contarás. A mí no me parece la peor de Dan Brown, como dicen por ahí. De hecho me ha picado la curiosidad y ahora me apetece leerme las dos que me faltan. El masoquismo, como la fantasía, no tiene fronteras.

      Eliminar
  2. Hijo mío. Yo ya no sé qué hacer. A ver, que me has puesto los dientes largos como lectora confesa de Brown que soy. Como tú, le quiero con sus defectos y virtudes. Y claro... me he saltado el destripe que tan generosamente has anunciado bien gordo para que me lo saltase, pero... casi que estoy por volver p'arriba y lo mismo me aprovecha más que la novela. ;)

    Oyes, magnífica reseña. Ya luego si eso me leo Origen y te cuento.

    Muchas gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo bueno de la reseña es que es gratis, más ligera y además está documentada. Pero la novela de Brown tiene su gracia. Léetela y me cuentas. Seguro que le sacas el jugo (y si no, no me lo tires a la cabeza, que es muy gordo).

      Eliminar
  3. Ufff...que pereza. ¿Y si continúo con Poncela?

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Los Gremlins van al cine (otra vez)

Rick Riordan. Mitología y dislexia

Monstruos y feminismo. 200 años del Frankenstein de Mary Shelley